LO
QUE COMPARTIMOS CON LOS ANIMALES.
El
hombre comparte con los animales su corporeidad. En concreto, es un mamífero y
su fisiología, sus órganos y las funciones de éstos, el tipo de sus
biomoléculas etc., son semejantes a las de los restantes mamíferos. El hombre
es el único mamífero [1]
que no necesita de una gruesa capa de pelo para poder conservar estable su
temperatura corporal; el hombre por su entendimiento y voluntad libres, se hace
vestidos, se abriga con una piel de oso o de bisonte, construye casas, incluso
iglús, domina el fuego, ha inventado calderas, climatizadores, el hombre no
sólo es libre del ambiente y no tiene que adaptarse a él, el hombre modifica el
mundo para adaptarlo a él.
El
hombre comparte con los animales todo lo concerniente al alma sensitiva, a
saber, los cinco sentidos y las potencias del alma sensitiva.[2]
Los
sentidos permiten al animal y al hombre relacionarse con el exterior, percibir
los objetos sensibles y, a su vez, ser percibidos, puesto que vemos y somos
vistos, tocamos y somos tocados, oímos y producimos sonidos, olemos y
desprendemos olor, gustamos y tenemos sabor.
En
cuanto a las potencias del alma sensitiva, compartimos con los animales[3] la
facultad apetitiva, la facultad locomotriz, las facultades sensitivas que
implican a los cinco sentidos ya mencionados, y las potencias sensitivas
interiores, también conocidas como entendimiento práctico, y que son cuatro:
sentido propio o común, imaginación, estimativa y memoria.[4]
Vamos
a desarrollar un poco este punto.
LA RELACIÓN CON EL EXTERIOR Y EL INSTINTO.
Los
animales viven sujetos a un limitado mundo
circundante. Para explicar lo que esto significa, tomamos una larga cita
del impresionante libro de Leopoldo Prieto López titulado El hombre y el animal:
“La idea central del pensamiento
de Von Uexküll[5]
es que a cada animal, o mejor a cada especie animal, corresponde un espacio biológico propio, también
llamado mundo circundante por la
misma organización biológica del animal, que selecciona, de entre todas las
propiedades y características de las cosas y animales existentes a su
alrededor, solamente aquellas de interés para su vida. El espacio biológico o mundo
circundante no es la suma de cosas que circundan físicamente al organismo, sino el conjunto de aquellas
características ambientales que desempeñan una función biológica o que tienen una significación
vital para el animal. Las restantes propiedades ambientales forman un conjunto
inobservado de información que el animal ignora, ya que no pasan a través del filtro de la percepción sensorial y
tampoco causan reacciones en el animal que se encuentra frente a ellas.
Únicamente por su inserción en el mundo
circundante las cosas adquieren una significación
para el animal, aunque de naturaleza exclusivamente biológica. Todo lo que de facto excede los confines de este
campo biológico, aunque esté físicamente presente, no existe para el animal. En
cambio en el interior de este campo biológico que es llamado mundo circundante, las cosas y los
animales se hacen portadores de un tono
significativo que les permite entrar en relación con las disposiciones
biológicas del animal, el cual a su vez se encuentra fisiológicamente y
funcionalmente dispuesto a reconocer tal significación y a obrar conforme a ella”.[6]
Imagen de: oconowocc.com
El
animal sólo percibe aquello que le interesa para satisfacer sus necesidades,
cuando las ha satisfecho se duerme. Cada estímulo de ese mundo selectivo, que
percibe por los sentidos, suscita en él una respuesta inmediata e instintiva
propia de su especie, el animal está estrictamente condicionado por su instinto;
un cordero no responde igual que un lobo, ni puede hacerlo.
“El instinto es la conjunción de
una actividad (hacia la que el animal se encuentra genéticamente
predeterminado) puesta en marcha por un factor desencadenante o excitador”.[7]
El
autor de la cita, confunde genéticamente con hereditariamente, arrastra el
error tan difundido de que los genes tienen capacidad de determinar formas o
comportamientos. Una nueva araña, que no ha visto tejer a su madre, que no ha visto
antes una tela de una araña de su especie, que no ha aprendido a hacer una tela
de araña, construye sin vacilar una tela con estructura, dimensiones, ángulos,
entorno y disposición semejante a la que hacen todas las arañas de su especie, y esa
capacidad es heredada evidentemente, pero no tiene nada que ver con los genes,
que como ya dijimos contienen información para montar proteínas. De los genes
de la araña depende que las proteínas que forman su hilo sean las adecuadas
para su idoneidad en cuanto a resistencia, grosor, capacidad de transmisión de
las vibraciones, etc. Si sus genes están dentro de la variedad propia de su especie,
la tela será buena, si sus genes tienen alguna mutación, su tela se romperá o
será defectuosa, pero estará en el mismo sitio y tendrá la misma disposición,
porque eso es instintivo, heredado, pero no genético. El instinto es
epigenético.
Imagen de: canariasenelsiglo21.blogspot.com
En
los animales superiores que pasan un tiempo de aprendizaje con sus
progenitores, el instinto se modula, podríamos decir que se “afina” como un
instrumento musical antes de un concierto. Este aprendizaje y la experiencia a
lo largo de la vida del animal, matizan el instinto, pero no lo cambian.
Hay
que hacer mención de los animales domesticados por el hombre, su instinto
permanece, pero los cambios introducidos por el hombre en el modo de vida del
animal se sobreponen, a veces, a su propio instinto, es como si se acrecentase
el tiempo entre la recepción del estímulo y la respuesta. El trato con el
hombre, hace que el animal apetezca más el premio o el afecto del domesticador
que seguir su impulso instintivo. Esto indica lo que el hombre puede hacer con
un animal en concreto, pero no aporta nada al instinto de esa especie, porque
el fin del instinto es siempre la conservación de la especie.[8] Y
es evidente que los adiestradores tienen que adiestrar de nuevo a los
individuos de la nueva generación, por muy bien adiestrados que estuviesen sus
progenitores.
[1] Dejamos a un lado los mamíferos
acuáticos y el caso de los “acorazados”, como el elefante o el rinoceronte. En
los primeros la conservación de la temperatura corporal se hace mediante
una potente capa de grasa subcutánea, y
en los segundos por una gruesa piel de reducida traspiración.
[2] Es evidente que todos los animales
no tienen los cinco sentidos. Algunos por ejemplo, no ven, sólo perciben
contrastes de sombras y luces, pero no podemos abordar aquí lo que el hombre
comparte con cada phyllum, por lo que nos centraremos en lo que comparte con
los organismos superiores, es decir, con los vertebrados y, en no pocos casos,
en lo que comparte exclusivamente con los mamíferos.
[3] Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, c.78, a.1.
[4] Cf. ibid. I, c. 78, a. 4.
[5] Jacob Von Uexküll, biólogo de
reconocido prestigio nacido en 1.864 en Keblas (Estonia), estudió en las
universidades de Tartu y Heidelberg, fue profesor en la de Hamburgo, fundó el Instituto para la investigación del ambiente,
publicó numerosas obras, de entre ellas destacamos Mundo circundante y mundo interior de los animales; desarrolló sus
teorías en clara oposición al darwinismo clásico. Murió en Capri en 1.944.
[6] L. Prieto López, El hombre y el animal, BAC-2.008, p.
120.
[7] Ibid. p. 148.
[8] Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos,
Losada, Buenos Aires-1.968, p. 36 y 37.