
Esquema del ojo humano. Imagen de: www.fisicanet.com
La complicada sofisticación del ojo y de todo el sistema de visión que lo acompaña, preocupaba ya a Darwin; él mismo mencionó el problema de la visión, comentando que a veces “le quitaba el sueño”. En las primeras ediciones de su libro “El origen de las especies”, haciendo alarde de sinceridad, escribió:
“Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano complejo que no se pudiese haber formado mediante numerosas y leves modificaciones sucesivas, mi teoría se desmoronaría por completo”.
Más tarde, en la sexta edición de su libro, considerada como la “definitiva”, Darwin, ya mas envalentonado al conocer las publicaciones de Haeckel y otros colegas que lo apoyaban, cambió completamente de perspectiva y escribió:
“Parece absurdo de todo punto –lo confieso espontáneamente- suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, pudo haberse formado por selección natural......Pero la razón me dice que si se pueden demostrar que existen muchas gradaciones desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo complejo y perfecto, siendo cada grado útil al animal que lo posea, como ocurre ciertamente; si además el ojo alguna vez varía y las variaciones son hereditarias, como ocurre también ciertamente, y si estas variaciones son útiles a un animal en condiciones variables de la vida, entonces la dificultad de creer que un ojo perfecto y complejo pudo formarse por selección natural, aun cuando insuperable para nuestra imaginación, no tendría que considerarse como destructora de nuestra teoría”. [1]
Es evidente que el señor Darwin era un maestro de la retórica, así que si lo hemos entendido bien, si somos capaces de encontrar entre todos los seres vivos, distintos tipos de ojos desde lo que se pueda entender como órgano de visión “sencillo”, hasta lo que pueda ser nuestro ojo “complejo”, ya queda demostrado que nuestro ojo ha surgido por una serie de modificaciones o “fallos ventajosos” a partir de ese órgano de visión sencillo. Pues pese a lo evidentemente absurdo que es sacar esa conclusión a partir de esas premisas, no han faltado eminentes científicos que han establecido, siguiendo la idea de Darwin, esa lista de “antepasados” de nuestro ojo. [2]
Todos ellos parecen estar de acuerdo en que el órgano visual más sencillo es el que posee la Euglena, [3] que es un tipo de protozoo flagelado, a veces confundido con un alga. Vive en el agua dulce y tiene un orgánulo fotosensible que le permite orientarse hacia la dirección desde la que le llega la luz.
· En primer lugar, no parece posible comprobar qué ventaja le ha supuesto a la Euglena tener ese orgánulo, pues sigue viviendo tan tranquila junto a otras algas y a otros protozoos que no poseen ningún orgánulo fotosensible.
· En segundo lugar habría que demostrar que la Euglena vivía en los remotos tiempos en los que comenzó la vida, y comprobar que ya tenía ese orgánulo fotosensible.
· En tercer lugar habría que explicar por qué no ha evolucionado desde entonces.
· Y en cuarto lugar, habría que demostrar cómo se puede pasar de ese orgánulo a nuestro sofisticado ojo, con su cristalino, su iris, su retina, su pupila, sus lagrimales, sus párpados, sus pestañas, sus fotoreceptores, sus músculos para el enfoque, sus nervios ópticos, sus mecanismos cerebrales para la interpretación de las imágenes, las arterias que lo irrigan todo, etc. etc. Y contestar que “es posible con el paso de millones de años”, no es contestar nada, es sólo usar una evasiva.

■ EL OJO DE LOS TRILOBITES
Vamos a comentar el caso del ojo de los trilobites y con ello, damos por zanjado este asunto. Se podrían escribir millones de páginas para desmontar la hipótesis del gradualismo, pero estimamos que con lo que hemos dicho ya y con este ejemplo es suficiente.
Los trilobites son considerados como los primeros animales altamente organizados que poblaron los mares primitivos, sus restos fósiles son bastante abundantes y están bien estudiados. Los más antiguos aparecen al inicio del periodo Cámbrico, y fueron muy abundantes hasta al menos el Pérmico, prácticamente durante toda la era Primaria.
Es pues de esperar, que habiendo aparecido tan prematuramente en la tierra, su sistema de visión fuese bastante “sencillo”, según las teorías darwinistas, pero la realidad una vez más, parece que no encaja. Veamos lo que se sabe del “primitivo” sistema de visión de los trilobites. Para ello, resumimos la bien documentada exposición que hace de este tema el señor G. Rattray. [4]
Los trilobites que pertenecen a los artrópodos, tienen unos ojos que consisten en un haz de columnas, cada una de ellas con su lente en la parte superior, y su fotoreceptor en la parte inferior, y todo el haz está protegido por una córnea. Las columnas no son del todo paralelas, sino que se abren en abanico, dirigidas cada una en una dirección; el conjunto no produciría una imagen como las que forma nuestro ojo, cada columna produce su propia imagen. Se han podido contar en algunos ojos de trilobites fósiles hasta 770 columnas.
En 1.973, Keenneth Towe[5] publicó un interesante estudio en el que manifestaba que los ojos de los trilobites consistían en cristales de calcita con forma de columna, alineados con exquisita precisión. Desmontó el ojo de un fósil y pudo comprobar con el microscopio que según la columna que enfocase, producía una imagen clara y nítida pero que variaba de una columna a otra, cada una de ellas “enfocaba” a una distancia distinta, lo que permitía al trilobites tener simultáneamente un conjunto de imágenes nítidas de todo lo que lo rodeaba, desde lo que estaba a varios milímetros de su ojo hasta lo que estaba en la lejanía.
Hasta ahora se había supuesto que esos cristales de calcita que “rellenaban” el ojo del trilobites eran resultado del proceso de fosilización, pero como comprobó Towe, en otros artrópodos fósiles más modernos, cuyos ojos han aparecido rellenos de cristales de calcita, éstos estaban dispuestos sin ningún orden, y no dejaban pasar la luz. Para que un cristal de calcita deje pasar la luz, es imprescindible que el cristal esté exactamente alineado con la dirección del rayo de luz que penetra en él, de lo contrario el rayo de luz comienza a rebotar en las paredes y se descompone en varios colores. Pero en el ojo del trilobites, cada cristal de calcita transmite la luz con la transparencia del cristal. Así, Towe demostró, con varios casos, que los cristales de calcita de los ojos de los trilobites eran su forma de ver, no un resultado de la fosilización. Pero no queda ahí la cosa.

En ese mismo año 1.973 tuvo lugar en Oslo una Conferencia Internacional sobre trilobites. Allí, R. Levi-Setti[6] comentó todo el asunto del ojo de los trilobites con el profesor Clarkson, el cual, de vuelta a la universidad de Edimburgo donde trabajaba, comenzó a darle vueltas hasta que encontró en el “Traité de la lumiere” de Christian Huyghens publicado en 1.690, la descripción de una lente aplanética[7] que no produce aberración esférica, que era semejante a los dibujos de la córnea de los ojos de los trilobites que le había dejado Levi-Setti.
Despues, Clarkson encontró en “La geometría” de Descartes, publicada en 1.637, otros dibujos de otro modelo de lente para corregir las aberraciones, distinto al de Huyghens, pero que coincidía con los dibujos que tenía de la segunda lente (la que está colocada en la parte superior de cada columna de calcita) de los ojos de los trilobites.
Así pues concluyó el señor Clarkson:[8] Los trilobites al principio del Cámbrico, ya habían resuelto el problema de la aberración de las lentes, el delicado problema del enfoque a distintas distancias, habian introducido en sus ojos los modelos de Descartes y Huyghens, aplicado el principio de Fenat, la ley de Abbé, las leyes de refracción de Snell y toda la óptica conocida de los cristales birefringentes.
Parece suficiente.
No podemos dejar de nombrar el ojo de los Camarones que vivían con los trilobites en los mares de la era Primaria y que estaban formados por un sofisticado sistema de espejos que recuerda el lector del código de barras que suele estar empotrado en el mostrador de la caja de los actuales supermercados. [9]
[1] Ch. Darwin. “El origen de las especies”. Espasa Calpe 1.988 pág. 230.
[2] H. Hass. “Del pez al hombre”. Salvat 1.987. pág. 48 – 58.
Sir G. De Beer. “Atlas de la evolución”, Nelson. Londres 1.964.
Dawkins
[3] Sobre el órgano fotosensible de la Euglena, vease: Diehn y Tollin, Univ. Arizona. Atome – 249, Diciembre 1.967.
[4] G. Rattray. “El gran misterio de la evolución” Edit. Planeta 1.983. pág. 94 – 97.
[5] Towe, Kenneth, “Los ojos de los trilobites: lentes calcificadas en vivo”, Science – 179, - 1.007 – 1.973.
[6] Ricardo Levi-Setti, “Trilobites: a photographic atlas”. Univ. Chicago Press – 1.975.
[7] Se llama aplanética a una lente con una concavidad tal que todos los rayos luminosos que proceden de un mismo punto, al traspasar la lente van a reunirse en un mismo foco, sin ninguna distorsión ni aberración.
[8] E.N.K. Clarkson, “Invertebrate Paleontology”, Allen and Unwin, Londres, 1.979.
[9] G. Rattray. op. cit. pág. 97 – 100.ç
Semogil 13 de Junio del 2.010 - festividad de San Antonio de Padua.