En 1.859, Darwin publicó su conocido libro “El origen de las especies”, en el que retomó las ideas de su abuelo y las de otros que antes de él ya habían postulado el transformismo. Publicó su libro rápidamente, cuando leyó el manuscrito de A.R. Wallace y vio que decía lo mismo que él, y que lo iba a publicar enseguida. [1]
Apenas cinco años después, Ernst Haeckel, publicó su libro: “General morfología” donde planteaba entre otras cosas, la similitud del desarrollo embrionario entre especies muy distintas, su famosa ley biogenética fundamental, con sus menos famosos dibujos amañados, que ya veremos con detalle en otra entrada.
En 1.871, Darwin animado al verse respaldado por Haeckel, publicó su “Origen del hombre”, en el que ya planteó la procedencia humana a partir de un primate. [2]
Enseguida, en 1.874, Haeckel, en sólo tres años ya había resuelto el problema de la evolución humana, y publicó su “Antropogenia o historia de la evolución humana”, en la que fijó 22 especies desde un mono hasta un hombre, las describió y las nombró, toda una hazaña “científica” sin moverse de su despacho. [3] A él le cabe el dudoso honor de haber nombrado al eslabón perdido, al hombre-mono, al Pithecanthropi como él lo llamó, además de algunos nombres ingeniosos en el camino evolutivo como homo stupidus.
Uno de los discípulos de Haeckel, ferviente darwinista, decidió emprender la búsqueda de ese hombre-mono,. El doctor Eugène Dubois, médico holandés, miró la bola del mundo y supo dónde encontrarlo, se enroló en el ejército y se fue a la isla de Java, entonces bajo control de Holanda. Allí, organizó campañas de excavaciones; sus obreros eran los presos; y en las terrazas del río Solo, cerca de Trinil, encontró en Septiembre de 1.891 un diente. En Noviembre de ese mismo año, encontró, a dos metros de donde había estado el diente, un casquete[4] de cráneo muy erosionado. En Septiembre del año siguiente, a unos quince metros del lugar anterior, encontró dos fémures en muy buen estado, y cerca otro diente. Con todo eso, volvió a Europa y comunicó que había encontrado al Pithecanthropus erectus, el eslabón perdido; el cráneo era claramente simiesco, y los fémures eran claramente humanos, luego había encontrado el “hombre mono”. Este es el primer honmo erectus. Dató sus fósiles en el Plioceno.
Apenas cinco años después, Ernst Haeckel, publicó su libro: “General morfología” donde planteaba entre otras cosas, la similitud del desarrollo embrionario entre especies muy distintas, su famosa ley biogenética fundamental, con sus menos famosos dibujos amañados, que ya veremos con detalle en otra entrada.
En 1.871, Darwin animado al verse respaldado por Haeckel, publicó su “Origen del hombre”, en el que ya planteó la procedencia humana a partir de un primate. [2]
Enseguida, en 1.874, Haeckel, en sólo tres años ya había resuelto el problema de la evolución humana, y publicó su “Antropogenia o historia de la evolución humana”, en la que fijó 22 especies desde un mono hasta un hombre, las describió y las nombró, toda una hazaña “científica” sin moverse de su despacho. [3] A él le cabe el dudoso honor de haber nombrado al eslabón perdido, al hombre-mono, al Pithecanthropi como él lo llamó, además de algunos nombres ingeniosos en el camino evolutivo como homo stupidus.
Uno de los discípulos de Haeckel, ferviente darwinista, decidió emprender la búsqueda de ese hombre-mono,. El doctor Eugène Dubois, médico holandés, miró la bola del mundo y supo dónde encontrarlo, se enroló en el ejército y se fue a la isla de Java, entonces bajo control de Holanda. Allí, organizó campañas de excavaciones; sus obreros eran los presos; y en las terrazas del río Solo, cerca de Trinil, encontró en Septiembre de 1.891 un diente. En Noviembre de ese mismo año, encontró, a dos metros de donde había estado el diente, un casquete[4] de cráneo muy erosionado. En Septiembre del año siguiente, a unos quince metros del lugar anterior, encontró dos fémures en muy buen estado, y cerca otro diente. Con todo eso, volvió a Europa y comunicó que había encontrado al Pithecanthropus erectus, el eslabón perdido; el cráneo era claramente simiesco, y los fémures eran claramente humanos, luego había encontrado el “hombre mono”. Este es el primer honmo erectus. Dató sus fósiles en el Plioceno.
Huesos presentados como pertenecientes al "hombre de Java"- imagen de http://3.bp.blogspot.com/
Pronto, le advirtieron que la isla de Java emergió del mar en el Plioceno, y tuvo que rectificar, y como muchos no le creyeron, guardó los fósiles en su casa y se negó a hacer declaraciones. Hubo dos expediciones que intentaron confirmar sus hallazgos, una la de Mme. Selenka en 1.925, y otra la de Von Könisgswald en 1.930. A la vuelta, y en vista de lo que habían encontrado, o mejor dicho de lo que no habían encontrado, los dos se entrevistaron con Dubois, que a regañadientes, les enseñó una gran cantidad de fósiles que tenía ocultos bajo el entarimado de su habitación, entre ellos había dos cráneos humanos que admitió haber encontrado junto a los dos fémures. [5]
Así que el famoso Hombre de Java, el primer Homo erectus, era un casquete de cráneo de orangután y dos fémures humanos. Todo lo que hemos contado de la mano de Silvano Borruso, parece no tener ninguna importancia para los evolucionistas, puesto que se sigue enseñando en nuestras escuelas e institutos el famoso hallazgo del Hombre de Java.
A todo esto, los ingleses que no iban a ser menos, encontraron en una cantera en Piltdown una calota[6] craneal, claramente humana y una mandíbula claramente simiesca, junto a algunas herramientas de piedra. Se le llamó Eoanthropus dawsoni, y convenientemente colocados, mandíbula y calota, se entronizaron en lugar de honor en el Museo Británico. Y allí estuvieron cuarenta años como la mejor pieza del museo, hasta que en 1.950 el geólogo del Museo Británico Kenneth Oakley, comenzó a sospechar; sometió los fósiles a un recientemente descubierto método de análisis del contenido en fluorina, y vio que no coincidían los resultados de la calota con los de la mandíbula; se estudió el asunto con seriedad y se pudo comprobar que: se había teñido uno de ellos para que tomase la tonalidad del otro; se habían rebajado con una lima los dientes de una mandíbula de orangután para que pareciesen un poco más humanos; se había roto “recientemente” el cóndilo[7] de la mandíbula, para evitar que pudiera comprobarse que no articulaba con la calota; y las herramientas de silex, eran de Túnez. [8] En esta “estafa – broma”, estuvo implicado el famoso jesuita-evolucionista francés, Teilhard de Chardin, que casualmente en la época del hallazgo, había llegado a Inglaterra procedente de Túnez.
Después del Hombre de Piltdown, vino el no menos rocambolesco hallazgo del Hombre de Pekín, en la que también estuvo involucrado Teilhard de Chardin, pero eso lo contaremos en otra entrada.
Con lo que hemos contado hasta ahora, ya nos podemos hacer una idea de cómo fueron los comienzos de la Paleoantropología, aunque con el paso del tiempo hemos mejorado mucho en seriedad, rigor y comprobaciones, justo es decirlo ahora.
Hemos dejado a un lado el hallazgo en 1.856 del primer Neandertal, precisamente porque fue encontrado antes de Darwin y de Haeckel, y porque los científicos admitieron que habían encontrado el esqueleto de un hombre antiguo, no sintieronm necesidad de inventar nada.
Hemos citado esos casos, porque ilustran muy bien, hasta donde pueden llegar las cosas, cuando se investiga con prejuicios: si vas a buscar un hombre-mono, es mucho más fácil que te convenzas a ti mismo de que lo has encontrado, que si vas al yacimiento simplemente a ver qué es lo que encuentras, sin una idea pre-aceptada, y entendemos que esto es muy difícil, pero el Paleoantropólogo tiene que hacerse violencia a él mismo para intentar conservar la objetividad.
Y que nadie se vaya a quedar muy tranquilo, pensando que eso de tener ya decidido, qué es lo que ha pasado antes de encontrar las pruebas, era algo que pasó en el siglo XIX, lean ustedes:
“Lo que se necesita son formas de algún modo intermedias, “eslabones perdidos” en la retórica tradicional, o dicho aún más crudamente: hombres-mono”. [9] Y estas palabras, no son de Haeckel, ni de Darwin ni de Dubois, ni son del siglo XIX, son del más conocido codirector de Atapuerca, y están escritas en 1.999.
No sabemos bien quién necesita los hombres-mono, si la humanidad, la ciencia, la biología, los paleoantropólogos, los evolucionistas o quién; yo por ejemplo, no los necesito para nada, ¿y usted?.
La sinceridad del autor, lo honra, porque está diciendo claramente que en ciento cincuenta años de empeño, no han conseguido encontrarlos.
Hemos citado esos casos, porque ilustran muy bien, hasta donde pueden llegar las cosas, cuando se investiga con prejuicios: si vas a buscar un hombre-mono, es mucho más fácil que te convenzas a ti mismo de que lo has encontrado, que si vas al yacimiento simplemente a ver qué es lo que encuentras, sin una idea pre-aceptada, y entendemos que esto es muy difícil, pero el Paleoantropólogo tiene que hacerse violencia a él mismo para intentar conservar la objetividad.
Y que nadie se vaya a quedar muy tranquilo, pensando que eso de tener ya decidido, qué es lo que ha pasado antes de encontrar las pruebas, era algo que pasó en el siglo XIX, lean ustedes:
“Lo que se necesita son formas de algún modo intermedias, “eslabones perdidos” en la retórica tradicional, o dicho aún más crudamente: hombres-mono”. [9] Y estas palabras, no son de Haeckel, ni de Darwin ni de Dubois, ni son del siglo XIX, son del más conocido codirector de Atapuerca, y están escritas en 1.999.
No sabemos bien quién necesita los hombres-mono, si la humanidad, la ciencia, la biología, los paleoantropólogos, los evolucionistas o quién; yo por ejemplo, no los necesito para nada, ¿y usted?.
La sinceridad del autor, lo honra, porque está diciendo claramente que en ciento cincuenta años de empeño, no han conseguido encontrarlos.
[1] Alonso, Carlos Javier – “El evolucionismo y otros mitos” – Eunsa – 2.004 – p. 34 – 37.
[2] Darwin, C. “El origen del hombre” Edit. Edaf – 1.994 – p. 17 – 34.
[3] Di Trocchio, Federico – “Las mentiras de la ciencia” Alianza Editorial. – 1.998 – p. 333 – 337.
[4] Parte superior del cráneo.
[5] Borruso, S. “Evolucionismo en apuros” p. 186 – 188.
[6] Parte delantera del cráneo, lo que serían los huesos de la cara y la frente.
[7] El cóndilo es el extremo de la mandíbula que se articula con la base del cráneo.
[8] Hay un muy elaborado estudio de este asunto en Di Trocchio, F. Op. cit. p. 345 – 391. De él hemos resumido nuestra información.
[9] Arsuaga, J. L. “El collar del Neanderthal – En busca de los primeros pensadores” – Edit. Temas de Hoy – 1.999 – p. 46.
[2] Darwin, C. “El origen del hombre” Edit. Edaf – 1.994 – p. 17 – 34.
[3] Di Trocchio, Federico – “Las mentiras de la ciencia” Alianza Editorial. – 1.998 – p. 333 – 337.
[4] Parte superior del cráneo.
[5] Borruso, S. “Evolucionismo en apuros” p. 186 – 188.
[6] Parte delantera del cráneo, lo que serían los huesos de la cara y la frente.
[7] El cóndilo es el extremo de la mandíbula que se articula con la base del cráneo.
[8] Hay un muy elaborado estudio de este asunto en Di Trocchio, F. Op. cit. p. 345 – 391. De él hemos resumido nuestra información.
[9] Arsuaga, J. L. “El collar del Neanderthal – En busca de los primeros pensadores” – Edit. Temas de Hoy – 1.999 – p. 46.
Semogil 22de Noviembre del 2.009
La evolucion no tiene sentido,esta dice que las especies van cambiando por el tiempo, pero como si se transmiten los mismos genes de generacion en generacion y si son mutasiones tambien es imposible porque : ¿Cuantas personas hay en el mundo? Al rededor de 6.000.000.000 ¿Cuantas tienen mutaciones? Mucho menos de 500.000.000 ¿ ¿A cuantas de esas personas les favorece su mutacion?? Es 0 1: 6.000.000.000=
ResponderEliminarX x 100
Igual muy pero muy poco
El asunto de las mutaciones es tan burdo que no hay por dónde agarrarlo, ¿quién es el mutante, el que tiene la sangre tipo A, o el que la tiene AB?. Todo este asunto se reduce a una mente cuadriculada que quiere encorsetarlo todo, no cabe para algunos considerar que existe una riqueza en la variedad, que el ser hombre, por ejemplo, permite cuatro tipos de sangre en lo referente a tener los antígenos A y B, a tener uno sólo de ellos, o a no tener ninguno, pero aceptar que una mutación produjo el antígeno y su anticuerpo correspondiente a la vez, es infinitamente más improbable que te toque el gordo dos veces seguidas jugando el mismo número, y en todo caso, jamás se podrá comprobar el tipo sanguíneo de los primeros hombres.
ResponderEliminarUn abrazo anónimo latino