Curiosa imagen, parece Darwín pidiendo guardar un secreto, Imagen de: martin-pacheco.com
No podemos entender adecuadamente los ensayos de Darwin sobre el origen de las especies y sobre el origen del hombre, ni dar debida razón de la expansión de sus ideas, si no encuadramos los libros en su contexto. Para ello, voy a recurrir a una analogía que podrá parecer exótica a algunos, pero si la consideran por un momento, observarán que se muestra muy significativa.
Los seres humanos conocíamos de los planetas del sistema solar hasta Saturno, el ojo humano, los aparatos ópticos usados en la antigüedad, y los telescopios de Galileo o Kepler, no fueron capaces de localizar -descubrir- la existencia de otros planetas en el sistema solar.
El nombre que recibe un nuevo astro, le es impuesto por su descubridor, por lo que no cabe concebir un plan personal humano a través de los siglos.
En 1.781, el astrónomo Guillermo Herschel, descubrió un nuevo planeta más alejado del Sol que Saturno, y le llamó Urano. Ocho años después, Klaproth, descubre en unos raros minerales la existencia de un elemento hasta ahora desconocido, el que más materia contiene, y le llamó Uranio. Justo en ese mismo año, 1.789, tuvo lugar la revolución francesa, en la que –como en todas las demás revoluciones- unos listillos engañaron y utilizaron al pueblo para eliminar a los que mandaban, y ponerse ellos en su lugar. Pero mucho más importante que eso fue la profanación de la catedral de París, la imagen de Nuestra Señora “Notre Dame” fue arrojada al Sena, y una prostituta famosa, ligera de ropa, fue entronizada en el camarín de la Catedral, y ante ella se “ofició” una ceremonia de lo que llamaron el nuevo culto, en el que rindieron homenaje en la persona de la prostituta, a la que llamaron “diosa razón”.
Los seres humanos conocíamos de los planetas del sistema solar hasta Saturno, el ojo humano, los aparatos ópticos usados en la antigüedad, y los telescopios de Galileo o Kepler, no fueron capaces de localizar -descubrir- la existencia de otros planetas en el sistema solar.
El nombre que recibe un nuevo astro, le es impuesto por su descubridor, por lo que no cabe concebir un plan personal humano a través de los siglos.
En 1.781, el astrónomo Guillermo Herschel, descubrió un nuevo planeta más alejado del Sol que Saturno, y le llamó Urano. Ocho años después, Klaproth, descubre en unos raros minerales la existencia de un elemento hasta ahora desconocido, el que más materia contiene, y le llamó Uranio. Justo en ese mismo año, 1.789, tuvo lugar la revolución francesa, en la que –como en todas las demás revoluciones- unos listillos engañaron y utilizaron al pueblo para eliminar a los que mandaban, y ponerse ellos en su lugar. Pero mucho más importante que eso fue la profanación de la catedral de París, la imagen de Nuestra Señora “Notre Dame” fue arrojada al Sena, y una prostituta famosa, ligera de ropa, fue entronizada en el camarín de la Catedral, y ante ella se “ofició” una ceremonia de lo que llamaron el nuevo culto, en el que rindieron homenaje en la persona de la prostituta, a la que llamaron “diosa razón”.
Grabado de la diosa razón. Imagen de: hermetismoymasoneria.com
Otro argumento para mostrar lo que planteo, es la primera asamblea constituyente del parlamento francés, uno podría pensar que se reunieron para repartir entre el pueblo todo lo saqueado de los palacios del rey y de la aristocracia recién guillotinada, pero no fue así, la primera votación del parlamento francés tras la revolución, fue para decidir por mayoría, si Dios existe o no, y como es evidente, decidieron que Dios no existe.
Es significativa la coincidencia en el tiempo y la analogía entre el significado de la revolución francesa y del relato mitológico de Urano. Éste, siendo el hijo menor de Cronos (el cielo) y de Gea (la tierra), -del mismo modo que Francia era conocida como la niña predilecta de la Iglesia- a instancias de su madre Gea, corta los testículos a su padre, corta el lugar del que él proviene; del mismo modo, los líderes revolucionarios, arrastrados por su faceta más terrestre, cortan con el cielo, cortan con el lugar del que provienen, la cristiandad, rompen con el cielo, colocan como techo del hombre su capacidad de razonar; el hombre terrestre, se impone al hombre celeste.
Viendo las cosas así, se entiende mejor que algunos digan que el gobierno actual de España es el último coletazo de la revolución francesa.
Pasaron unos años y claro, fue un francés, el que usando su razón, por cálculo matemático de las perturbaciones que sufría Urano en su órbita, el que dedujo la existencia, descubrió y puso nombre al planeta Neptuno en 1.846. Neptuno, poderoso Dios de las profundidades marinas, de ese mundo desconocido al que no llega la luz.
Occidente descubre Neptuno y comienzan una cascada de acontecimientos que impelen al hombre a dejar de mirar al cielo, incluso a seguir los dictados de la razón y lo ponen a mirar a lo más ruín de sí mismo, al hombre sin luz, sin la luz del Espíritu Santo.
Para empezar, ese mismo año del descubrimiento de Neptuno, se reúnen en Berlín, en casa del físico Gustaf Magnus, varios científicos, casi todos alumnos de Johannes Müller, y con la intención de hacer de la fisiología una ciencia exacta, se comprometen bajo juramento para colaborar expandiendo la verdad, según la cual, en los seres vivos no actúan más fuerzas que las debidas a las propiedades físicas y químicas de los elementos que los componen.
Qué curioso, no pudieron percibir lo absurdo de su posición, ¿cómo puede deberse a las fuerzas físicas de los átomos de carbono, oxígeno o silicio, el que unos seres humanos se comprometan bajo juramento a algo?, eso es una decisión espiritual. Ciegos que no ven y son guías de otros ciegos.
Marx escribe el capital, condena la Caridad -máxima expresión del amor al prójimo- como arma anti-revolucionaria, y enardece el resentimiento y el odio de los oprimidos. Se reúne la primera internacional. Darwín, que -no lo olvidemos- estudió teología, no biología, escribe sus libros, arrancando del hombre su origen divino y colocándolo en el mundo biológico, como un animal más. A continuación, S. Freud inclina la mirada el hombre hacia su subconsciente, convirtiendo la virtuosa lucha contra las pasiones en una causa de trauma.
La nueva brujería. Imagen de: eltarotdeana.com
Se funda en América la sociedad Teosófica, encargada de expandir por todo occidente las artes ocultas, la adivinación, el tarot, la güija, y los cultos satánicos. Y para rematar la faena, el filósofo alemán F. Nietzsche, pone el epitafio: “Dios ha muerto, viva el hombre”.
Como vemos, lo acontecido en Francia cuando se descubrió Urano, puso los cimientos de los que aconteció en todo Occidente con el descubrimiento de Neptuno, y todo junto, propició los sucesos que acompañaron al descubrimiento del siguiente planeta del sistema solar: Plutón, dios de los infiernos, que raptó de la tierra a Proserpina, la primavera.
Como vemos, lo acontecido en Francia cuando se descubrió Urano, puso los cimientos de los que aconteció en todo Occidente con el descubrimiento de Neptuno, y todo junto, propició los sucesos que acompañaron al descubrimiento del siguiente planeta del sistema solar: Plutón, dios de los infiernos, que raptó de la tierra a Proserpina, la primavera.
En 1.930 el estadounidense Clyde W. Towbaugh, descubre el planeta Plutón, justo en los albores de la gran depresión, a la que siguió la segunda guerra mundial y los campos de exterminio nazis. En 1940, se consigue artificialmente un elemento radiactivo al que llaman Plutonio. Se lanzan las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. El hombre muestra una deshumanización brutal, único resultado posible si es despojado de su relación filial con Dios.
En este contexto es en el que interpreto a Darwin y todo lo referente a la evolución, que no pasa de ser un intento -con barniz científico- de apartar al hombre de lo que le es más esencial y convertirlo en un animal.
Estoy completamente de acuerdo con Fra Jaki cuando escribe: “Entienden la evolución como un proceso al azar, sin un fin, pero cuyo resultado final es un ser, el ser humano que absolutamente todo lo que hace, lo hace con un fin. De este modo la evolución niega el fin con un fin. Apoya todo lo que favorece el materialismo, ciertamente, no es ciencia, es antimetafísica”.[1]
[1] Citado por el Cardenal Christoph Schönborn en su libro “Caso o Disegno?” edit. Studio Domenicano. Pág: 153.